domingo, 29 de noviembre de 2009

La desesperanza de la selva extrema

Por: Vanessa Romo Espinoza
La agitada aparición de una pequeña avioneta en el cielo de la pausada y húmeda Purús hace que sus pobladores detengan por un momento sus faenas. Mientras desciende, su advertida llegada empieza a cobrar más importancia para los que habitan en Puerto Esperanza, la capital de esta provincia del extremo sureste de Ucayali. Selva, de 50 años, sale corriendo de su restaurante y detiene un motocar para que la lleve al aeropuerto.
Ella reconoce que aeropuerto es solo un decir. En realidad se trata de una pista de aterrizaje, pero es la única conexión que han tenido con el resto del Perú desde hace más de 65 años, cuando fue creada la provincia. Esa pequeña pista con baches, que deben sortear las pocas aeronaves que llegan a la zona, es la que aún la conecta, además, con la sensación de pertenecer al Perú.
VIDA CARA EN LA FRONTERADecenas de personas se aglomeran alrededor de la avioneta, para esperar la llegada de víveres desde Pucallpa. Son tres aerolíneas comerciales las que llegan desde la capital de Ucayali a Puerto Esperanza, tras un vuelo de casi dos horas. No muchos son los privilegiados que realizan este tipo de traslados: un pasaje de ida y vuelta cuesta desde S/.900 a S/.1.000.
El estupor del millar de pobladores de la capital de Purús se manifiesta a diario. “ Un kilo de papas puede costar S/.7, lo mismo que la cebolla”, dice Orializ Olivera, profesora. Estos productos, en Lima y en cualquier otra ciudad, se venden de S/.2 a S/.3. Cualquier insumo que llega desde Pucallpa cuesta un adicional de al menos S/.4 por cada kilo. Mientras la vida se encarece, ellos siguen recibiendo los mismos sueldos precarios. Es por eso que la mayor parte de sus víveres los traen de Brasil, cuya comunidad más cercana se encuentra a tres horas navegando por el río Purús. “Una bolsa de cemento de 50 kilos cuesta S/.172”, agrega desesperanzada. En las grandes ciudades, la misma bolsa cuesta, máximo, S/.20.
La solución del Estado fue realizar vuelos de acción cívica una vez a la semana. Los pasajeros solo debían pagar S/.30. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, este servicio que presta la Fuerza Área del Perú (FAP) se realiza con menos frecuencia.
VÍA DE LA DISCORDIAUn desolado terminal terrestre, decorado con un mapa que muestra el recorrido de una carretera que uniría Puerto Esperanza con Iñapari, en Madre de Dios, ha quedado como prueba del sueño que un grupo de pobladores tiene desde hace una década. “Ya se tienen 110 kilómetros construidos desde Iñapari, pero no se puede continuar porque nos dicen que se estaría interviniendo en territorio intangible”, señala Domingo Ríos, uno de los gestores de esta propuesta.
El obstáculo, como afirman, es el Parque Nacional Alto Purús, área protegida en cuya zona de amortiguamiento viven 41 comunidades nativas de nueve etnias, que forman el 81% de la población de Purús.
Guillermo Nacimiento, dirigente del poblado San Martín, dice que los indígenas no desean la carretera porque con ella llegará el descontrol. “Invadirán nuestras tierras, nos quitarán nuestro bosque”, exclama. Mientras tanto, el alcalde provincial, el indígena Emilio Montes, ha propuesto una vía que vincule Puerto Esperanza con el Cusco, con lo que atravesaría el parque por la mitad.
Mientras tanto, en el aeródromo, el vuelo de retorno a Pucallpa se ha iniciado. Selva, como otras decenas de personas que llegaron a la pista, preguntan cuándo regresará. No hay respuesta. Al día siguiente habrá un vuelo cívico, el cual aparece después de un mes, pero ya está copado. “Esas avionetas pueden salvar nuestras vidas”, dice uno de los que ven la aeronave despegar. Con un hospital que no cubre el servicio de cirugía, no tienen mucha esperanza a la cual aferrarse. Solo queda esperar que no necesiten un vuelo, al menos, hasta que llegue uno nuevo.

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