jueves, 3 de diciembre de 2009

País libre de transgénicos

Por: Manuel Luque Analista
¿Podemos imaginar por un momento a la gastronomía peruana —orgullo nacional— en un escenario con uso intensivo de ingredientes transgénicos? ¿Qué sabores y efectos colaterales a la salud podríamos esperar de tamales con maíz transgénico, cebiches con limón transgénico, lomo saltado con papas fritas transgénicas, etc.? Además, se encarecerían los insumos por la dependencia económica del agricultor a las semillas transgénicas, pues en cada campaña de siembra tendría que comprarlas para no infringir derechos de patente.
Es preocupante que al amparo de la futura ley de promoción de la biotecnología moderna se quiera legalizar el cultivo de transgénicos en nuestro país, cuyos efectos serían desastrosos. Dentro del alcance del proyecto de ley se ha incluido un artículo que establece: “podrán registrarse en el Perú y se reconocerán los derechos de propiedad intelectual a quienes obtengan registros de patentes de invención, modelos de utilidad y otros medios de propiedad intelectual referidos a la biotecnología moderna que incluyan cualquier invención de producto o de procedimiento referido a la acción de genes o de sus componentes que sea novedosa, no obvia y pueda probarse su utilidad”. En otras palabras, da puerta libre para que a partir de nuestros recursos genéticos y de megadiversidad se logren nuevas variedades transgénicas patentables.
La experiencia demuestra que las semillas modificadas genéticamente tienden a desplazar y a eliminar las semillas naturales por la polinización cruzada, se mezclan con los vegetales naturales creando especies estériles o débiles o con las características de transgénicos, con riesgos para la salud. Con el uso de químicos, herbicidas y pesticidas, las semillas transgénicas eliminarían nuestras especies autóctonas en menos de 20 años, teniendo en cuenta que la contaminación genética es irreversible, pues una vez incorporada no es posible retirar de la naturaleza los genes que se introdujeron en una planta.
Las biotecnológicas, en una estrategia de mercado para regular sus derechos de propiedad intelectual, han desarrollado semillas transgénicas que quedan estériles para garantizar que los agricultores no las guarden, lo que obliga a comprarlas cada año. La transnacional Monsanto obtuvo y patentó recientemente un gen de otro ser vivo que, al incorporarlo a una semilla, la hace resistente a herbicidas fabricados por la misma empresa. Asimismo, estas semillas exigen solo este tipo de herbicida, en una práctica comercial muy discutible.
Somos objetivo de las transnacionales de la biotecnología porque no somos un país cualquiera; somos megadiversos y esta calificación nos hace apetecibles para obtener patentes a partir de nuestras semillas endémicas. Con los transgénicos tenemos mucho que perder y poco que ganar: se generaría una erosión a nuestros recursos genéticos por uniformizar genéticamente nuestra agricultura, destruir nuestras plantas autóctonas y con ello nuestras ventajas competitivas, y por crear riesgos a la seguridad alimentaria del país al pasar a depender de semillas patentadas.